viernes, 14 de diciembre de 2012

LOS PAISAJES IMPOSIBLES DE MARCELO SEGUEL BON




Comentario de Isaac Morales Fernández

Enmarcado en los hechos que rondaron esa mañana tenebrosa del golpe de estado imperialista contra Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, el chileno-venezolano Marcelo Seguel Bon (Santiago, 1963) expone una poética de la angustia en su primer poemario Los paisajes imposibles (El perro y la rana, 2006). Es que el autor vivió, cuando apenas tenía diez años de edad, ese injusto golpe, por ello las imágenes del poemario arrancan con algo parecido a una situación azarosa, en donde el lenguaje empieza a armarse como un gran rompecabezas de vivencias que demuestran una cotidianidad interrumpida, producto de un país lamentablemente escindido, invadido. Las líneas, porque se trata de poesía en prosa, son constantemente cortadas, dando a la lectura una sensación de zozobra, un “yo, debilitándome” que trata de descifrar esos momentos de incertidumbre de la caída de Allende:

2.- Hora del té. 2 bailarinas grises sobre el tocadiscos. Ecos hacia la profundidad de un diminuto sol. Gritos subterráneos. Despierto en la oscuridad y miro un cielo rojo. Comienza a temblar.
3.- Música de hormigas fornicando en la oscuridad. Enciendo la radio: Radio Nacional, bando #3: ‘Todo individuo que no respete las órdenes del nuevo gobierno será fusilado en el acto’. 6:30a.m.

Inmediatamente la situación azarosa que se plantea en Los paisajes imposibles nos lleva sorpresivamente a la población venezolana de Guarenas: “Pétalo + pétalo a las 6:30a.m., elevando a Luis al cielo de Guarenas. Sus lágrimas enloquecieron el color de esta madrugada”.

Quizás es necesario aclarar algo sobre este, para mí, fenomenal libro. Primero, aunque está basado en hechos reales, no es un libro biográfico. Segundo, que si bien tiene como telón de fondo una conciencia histórica de las ratadas del imperialismo yanqui, no es un mero panfleto de izquierda. Los paisajes imposibles es, como tal vez puede avizorarse en las citas que muestro aquí, un poemario repleto de imágenes muy bien logradas y potentes (“UN CIELO COBALTO SOBRE LAS VENTANAS”, “Entre la jauría. El hilo que sostiene el vacío”, “este dolor que se hace luz sobre los árboles de látex”, “puro epitelio de aire y sonido”, etc.). También, como le he comentado al autor en conversaciones amistosas, es muy palpable un estilo “seguelboniano” que consiste en recurrir a la enumeración de los párrafos, a cortar las frases con puntos y seguidos, emplear desprejuicidamente cualquier clase de signos (+, =, &, etc.) y jugar con las mayúsculas para crear ciertos efectos visuales en la lectura siempre muy asociados a lo que sería la transcripción exacta de un grito de rabia, indignación, o incluso hasta de locura (uno de sus párrafos consiste sólo en la repetición desesperante de las sílabas a-e-i-o-u, para terminar luego diciendo “VIVO PERSEGUIDO POR LA LOCURA DE LA NIEVE”).

También hay interesantes juegos de significados de cierta reminiscencia surrealista o nadaísta en Los días imposibles, como: “¿Sabías que el heliotropismo eléctrico veloz de tus ojos son los girasoles de tu alma?”, o “vaso viene de flor y de días de olvido” o “los títeres que retumban tras los gritos de las vagabundas”. Este último ejemplo lo tomo del largo poema en prosa El temblor que cierra este fenomenal libro, libro de experimentación, de desgarramiento, desarraigo, de desahogo y de una vanguardia estética acorde con la vanguardia política que vivimos en Venezuela. Al terminar de leerlo uno siente que tiene un nuevo mejor amigo en la biblioteca. Es menester leerlo.

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