Comentario
de Isaac Morales Fernández
Enmarcado
en los hechos que rondaron esa mañana tenebrosa del golpe de estado
imperialista contra Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, el
chileno-venezolano Marcelo Seguel Bon (Santiago, 1963) expone una poética de la
angustia en su primer poemario Los paisajes imposibles (El perro y la rana,
2006). Es que el autor vivió, cuando apenas tenía diez años de edad, ese
injusto golpe, por ello las imágenes del poemario arrancan con algo parecido a
una situación azarosa, en donde el lenguaje empieza a armarse como un gran
rompecabezas de vivencias que demuestran una cotidianidad interrumpida,
producto de un país lamentablemente escindido, invadido. Las líneas, porque se
trata de poesía en prosa, son constantemente cortadas, dando a la lectura una
sensación de zozobra, un “yo, debilitándome” que trata de descifrar esos
momentos de incertidumbre de la caída de Allende:
2.-
Hora del té. 2 bailarinas grises sobre el tocadiscos. Ecos hacia la profundidad
de un diminuto sol. Gritos subterráneos. Despierto en la oscuridad y miro un
cielo rojo. Comienza a temblar.
3.-
Música de hormigas fornicando en la oscuridad. Enciendo la radio: Radio
Nacional, bando #3: ‘Todo individuo que no respete las órdenes del nuevo
gobierno será fusilado en el acto’. 6:30a.m.
Inmediatamente
la situación azarosa que se plantea en Los paisajes imposibles nos lleva
sorpresivamente a la población venezolana de Guarenas: “Pétalo + pétalo a las
6:30a.m., elevando a Luis al cielo de Guarenas. Sus lágrimas enloquecieron el
color de esta madrugada”.
Quizás
es necesario aclarar algo sobre este, para mí, fenomenal libro. Primero, aunque
está basado en hechos reales, no es un libro biográfico. Segundo, que si bien
tiene como telón de fondo una conciencia histórica de las ratadas del
imperialismo yanqui, no es un mero panfleto de izquierda. Los paisajes
imposibles es, como tal vez puede avizorarse en las citas que muestro aquí, un
poemario repleto de imágenes muy bien logradas y potentes (“UN CIELO COBALTO
SOBRE LAS VENTANAS”, “Entre la jauría. El hilo que sostiene el vacío”, “este
dolor que se hace luz sobre los árboles de látex”, “puro epitelio de aire y
sonido”, etc.). También, como le he comentado al autor en conversaciones
amistosas, es muy palpable un estilo “seguelboniano” que consiste en recurrir a
la enumeración de los párrafos, a cortar las frases con puntos y seguidos,
emplear desprejuicidamente cualquier clase de signos (+, =, &, etc.) y
jugar con las mayúsculas para crear ciertos efectos visuales en la lectura
siempre muy asociados a lo que sería la transcripción exacta de un grito de
rabia, indignación, o incluso hasta de locura (uno de sus párrafos consiste
sólo en la repetición desesperante de las sílabas a-e-i-o-u, para terminar
luego diciendo “VIVO PERSEGUIDO POR LA LOCURA DE LA NIEVE”).
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